Frei Jerónimo Bórmida
Un teologúmeno
Estamos ante uno de los puntos controvertidos en el diálogo ecuménico. Karl Rahner le aplicaría a la doctrina sobre el purgatorio la noción de teologúmeno, que es ante todo resultado y expresión del esfuerzo por entender la fe.
Teologúmeno es una formulación teológica que no equivale de modo inmediato a una proposición dogmática que obliga a la fe, y no es necesario que el enunciado se distinga materialmente de una tesis de fe propiamente dicha.
La doctrina oficial de la Iglesia no consta ni puede constar solamente de dogmas en sentido estricto, está compuesta sobre todo de una serie de proposiciones teológicas que, sin poseer una absoluta obligatoriedad de fe, en la ha sido generalizados y aceptados en la comunidad eclesiástica.
La revelación cristiana se transmite siempre por medio de teologúmenos: habla en armonía con el saber y las creencias del momento en que es pronunciada la palabra. La biblia es solamente comprensible a la luz de la imagen del mundo que tiene el destinatario de la palabra; integra los conceptos, los valores, la imaginería, los paradigmas morales e intelectuales propios de cada tiempo y lugar.
Es lo que la DV (13) llama la admirable condescendencia de la sabiduría eterna, para que conozcamos la inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de palabra ha uso teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza. Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.
La historia de la teología equivale a la gesta de los constantes cambios de los teologúmenos. Este devenir no significa que se reconozca un día como erróneo lo que antes se tuviera por verdad absoluta, sino que supone la ley de la encarnación de los asertos a la cambiante experiencia histórica.
Según el V Concilio de Letrán (1512-1517) Lutero afirma que el purgatorio no puede probarse por la sagrada Escritura canónica. Los polemistas católicos respondieron multiplicando las pruebas de Escritura recurriendo a textos aislados de sus contextos en base a una exégesis acomodaticia, cargada de prejuicios dogmáticos.
Leemos en 2 Mac 12,40-46 que en los cadáveres de los soldados muertos en la batalla contra Gorgias se encuentran objetos del culto idolátrico, hecho severamente prohibido por la Ley. Judas espera que los soldados que han muerto en defensa de la religión y de la patria encuentren el perdón de Dios y participen en la resurrección, por lo cual hace una colecta y manda ofrecer un sacrificio por el pecado en el templo de Jerusalén.
Los justos difuntos esperan la resurrección para la vida (2 Mac 7,9.14), pero presumiblemente en el seno de Abraham. Aunque los soldados incurren en grave pecado de idolatría, Judas opina que se trata de muertes en cierto sentido martiriales, por eso ordena que se ofrezca por ellos el sacrificio expiatorio.
Pablo afirma en 1 Cor 3,10-17 5 que los apóstoles han de seleccionar cuidadosamente los materiales que emplean en la edificación de la Iglesia, pues la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el día, que ha de manifestarse por el fuego (v.13). Aquel cuya obra resista al fuego recibirá la recompensa. Si su predicación no resiste la prueba, el apóstol quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego (v.14-15).
Benedicto XVI; el 12 de enero de 2011 en la catequesis de los miércoles habla de Santa Catalina de Génova, una de las referentes místicas al hablar del purgatorio. La Santa habla del camino de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios, partiendo de su propia experiencia de profundo dolor por los pecados cometidos, en contraste con el infinito amor de Dios. No estamos, dice la santa que el purgatorio es un fuego interior, es un camino de purificación del alma hacia la comunión plena con Dios. El fuego, aclarará Benedicto es el mismo Cristo.
Un texto de la escuela rigorista de Shammai (mitad del siglo Iº d. de C.) afirma que: hay en el juicio tres categorías de hombres: unos son para la vida eterna; otros, los completamente impíos, para la vergüenza y oprobio eterno; los medianos (que no son ni del todo buenos ni del todo malos, y guardan un lugar intermedio) descienden a la gehena para ser estrujados y purificados; luego suben y son curados.
Más allá de citas textuales encontramos ciertas ideas generales clara y repetidamente enseñadas en la Biblia:
1. Sólo una absoluta integridad es digna de ser admitida a la visión de Dios.
2. No podemos negar la responsabilidad humana en el proceso de la justificación, por lo que el ser humano tiene que implicarse personalmente en la reconciliación con Dios
3. El hombre tiene que aceptar las consecuencias que se derivan de los propios pecados.
Es tan curioso como oscuro el texto de 1 Cor 15,29 que alude un rito de bautismo por los muertos, sin Pablo aclare el sentido del rito ni haga un juicio sobre él.
En 2 Tim 1,16-18 Pablo, vivo, hace una súplica en favor de un cristiano, llamado Onesíforo, que le ayudó en momentos difíciles y que, según todos los indicios, ha muerto, para que encuentre misericordia ante el Señor el día del juicio. Estamos ante un testimonio de la primera hora -las cartas pastorales- donde ya aparece la praxis de la intercesión de un cristiano vivo (Pablo) por otro ya difunto.
Por último hay que dejar bien claro que el tema del purgatorio es comprensible en el contexto de la doctrina de la gracia y las discrepancias ecuménicas parten de cómo se entienden la justificación y el perdón de los pecados.
Los testimonios abundan en oraciones (litúrgicas o privadas) por los difuntos, recorren toda la tradición de la iglesia, desde indicaciones de las catacumbas y cementerios cristianos hasta el presente.
Desde los primeros siglos era común la práctica de la oración por los muertos en las iglesias de Roma, África, Siria, Jerusalén. Es de destacar la memoria de los fieles difuntos en la celebración eucarística, atestiguada por los padres antiguos.
Tertuliano dice que el tiempo que va de la muerte a la resurrección es época de cárcel, durante la cual el alma tiene oportunidad de pagar hasta el último centavo de su deuda, liberándose para la resurrección.
Clemente de Alejandría habla de una transformación ascendente del hombre que se va transformando en un cuerpo con una perfección cada vez mayor hasta que en él se realice el grado supremo de la corporeidad neumática, el pleroma, llegando entonces a la consumación.
San Cipriano escribe en la primera mitad del siglo III: una cosa es no salir el encarcelado hasta pagar la última moneda y otra recibir sin demora el premio de la fe y del valor; una purificarse de los pecados por el tormento de largos dolores y purgar mucho tiempo por el fuego... y otra ser coronado en seguida por el Señor. A partir de allí son frecuentes las referencias al purgatorio, sobre todo en San Agustín.
En Occidente influyó en la formulación del teologúmeno el desarrollo teológico de la noción de satisfacción, especialmente a partir de San Anselmo. Dios soberano absoluto no puede hacer uso de su misericordia sin exigir una satisfacción que solo la sangre inocente de Cristo puede ofrecer. En el Medievo se distingue entre la culpa (reatus culpae) que Dios puede perdonar y la iglesia absolver y la pena (reatus poenae) que el transgresor carga sobre sus hombros hasta pagar su deuda con la sociedad y con Dios.
Los teólogos de Oriente recelan fuertemente de los hábitos mentales y del vocabulario de los colegas latinos. Los griegos entendían el purgatorio como un mero estado, no como un lugar, no aceptaban la imagen del fuego, como si fuera un infierno temporal.
Consideraban al purgatorio como un estado de purificación, en el que los difuntos maduraban para la vida eterna por los sufragios de la Iglesia, y no por la tolerancia de una pena. Los orientales piensan la justificación en clave de divinización progresiva, que va devolviendo al hombre la imagen de Dios por un proceso paulatino de purificación.
Con la Reforma, el siglo XVI trajo otro período crítico para la doctrina sobre el purgatorio.
Lutero al principio se limitó a señalar que no se halla en las Escrituras canónicas. Al parecer al principio siguió creyendo en su existencia, basándose principalmente en la tradición patrística, retractándose luego, porque la noción de purgatorio contrasta frontalmente con la concepción luterana de la justificación.
El purgatorio pone en tela de juicio la suficiencia de la satisfacción de Cristo y pone en el hombre la capacidad de operar por sí mismo la consumación del proceso salvífico. Si la justicia de Cristo es sobreabundante y cubre con exceso los más graves pecados, cómo admitir que el justificado haya de purificarse todavía, antes de su ingreso en el cielo.
Trento alude al purgatorio sólo en un canon del decreto sobre la justificación. Este canon sitúa el tema dentro de la temática del proceso de remisión de los pecados y santificación del hombre.
En el plano disciplinar Trento prohíbe exponer la doctrina del purgatorio recargándola de aditamentos inútiles, de cuestiones sutiles que no contribuyen a la edificación ni a la piedad del pueblo, y sale al paso de los rasgos curiosos o supersticiosos, en los que por desgracia abundan los predicadores.
En Roma existe un museo del purgatorio, cerrado al público en los contextos del Vaticano II. Se exhiben muestras algo macabras de las improntas dejadas por las almas atormentadas por el fuego.
Es erróneo concebir al purgatorio como una especie de infierno temporal. Más que de expiación tiene que pensarse en proceso de madurez. En el Vaticano II se habla de purificarse y no de purgarse o expiar, dejando de lado el término usado sistemáticamente en los documentos anteriores del magisterio. Estamos ante un cambio semántico intencionado.
No estamos ante una especie de campo de concentración, una cárcel en mundo de los muertos donde el hombre tiene que purgar penas que se le imponen al estilo de los sistemas carcelarios que aún hoy nos llenan de vergüenza. Espero que en el próximo siglo se hable de las cárceles como una de las abominaciones de la humanidad, así como espero que la teología y la piedad se avergüencen de sus ideas acerca del purgatorio.
Hoy los teólogos tienden a concebir esta purificación como la experiencia subversiva del encuentro con fuego purificador del rostro en llamas de Cristo (Ap 1,14 = Dan 10,6). El mismo Jesús es el fuego que juzga y purifica, que hace al hombre, conforme a su cuerpo glorificado (Rom 8,29; F1p 3,21). La purificación no se realiza por algo, sino por la fuerza transformadora del encuentro con Jesús, que acrisola purificándonos de todas nuestras escorias.
Santa Catalina de Génova (siglo XV) decía:
Yo no creo que después de la felicidad del cielo pueda haber otra felicidad que se pueda comparar con la del purgatorio... Este estado debería más bien ser ansiado que temido, pues las llamas de él son llamas de indecible nostalgia y amor.
Congar decía que en el purgatorio seremos todos místicos, es decir, todos seremos penetrados por el ardiente y purificador amor de Dios que encenderá nuestro amor para el último y definitivo encuentro.
La concepción geográfica del purgatorio cede su lugar a una comprensión procesual. Es como un proceso personal en el que la persona va superando sus contradicciones, sus egoísmos, hasta aquel momento final del encuentro con Dios. El purgatorio es el amor que purifica. El sufrimiento es el revés de la medalla del amor. Es el lado del corazón que sufre por no haber correspondido al amor a pesar de haber sido continuamente amado.
Hay que purificar toda la escatología (muerte, juicio, cielo, infierno, reino de Dios). Tenemos que limpiar las imágenes de la predicación y de la religiosidad populares de imágenes absurdas incompatibles con la fe en Jesús y en el Padre de Jesús. El Espíritu que hace que llamemos a Dios Abba no puede haber suscitado ideas de un Dios cruel e implacable que castiga y se venga del pecado del hombre.
La imaginación de los predicadores traumó a los fieles que se aterrorizaban ante los suplicios del purgatorio, una especie de galería de torturas cósmicas con salas con frío insoportable, de metal en fusión, como un lago de aceite en ebullición.
Además se confundía tiempo con eternidad, se hablaba de años, meses, días… Quien moría con el escapulario del Carmen tenía la promesa que María lo iba a sacar personalmente del purgatorio, a lo más tardar el sábado siguiente a la muerte. No se rían, aunque se sonrojen, de las creencias populares.
Pablo es perfectamente consciente de que no ha llegado a la meta, que no es perfecto, pero continúa su carrera por si consigo alcanzar a Cristo, aunque de hecho fue el mismo Cristo Jesús el que lo alcanzó primero.
Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Así pues, todos los perfectos tengamos estos sentimientos, y si en algo sentís de otra manera, también eso os lo declarará Dios. Por lo demás, desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante. (Flp 3, 12-16)
Pablo no habla de purgatorio sino de un proceso de crecimiento en la perfección que él mismo busca corriendo, sin haberla alcanzado todavía. Espera que Dios, que comenzó la obra buena, la termine hasta el día de Jesucristo. Pide Pablo en su oración es el amor siga de los Filipenses siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, conocimiento que aquilata lo mejor de los creyentes para ser puros y sin tacha para el Día de Cristo. Los frutos de la justicia no provienen del esfuerzo humano, vienen por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios. (Flp 1, 6-11). Él hombre está siempre llamado a la madurez del varón perfecto en la medida plena de la edad de Cristo. (Ef 4, 13).
Cuando oramos por los difuntos tendríamos que suplicar el Señor conceda a los que están muriendo un decisión neta y clara por Dios, que tengan una rápida madurez humana y divina para que, acrisolados por el fuego de Cristo, puedan florecer totalmente a la vida en Dios.
La praxis de Jesús
Es muy difícil rastrear dicho o hechos de Jesús que aludan a la necesidad de penitencia en la otra vida. Al ladrón que lo solicita le dice que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,43). Lo único que exige a la pecadora pública es un vete y no peques más (Jn 8, 11). En las apariciones del resucitado no encontramos un solo reproche por sus traiciones. Los llama muchachos y les prepara pescado a las brasas (Jn 21 5.9)…. Podríamos llenar muchas páginas con estas actitudes de Jesús.
Es cierto que a Judas le dice un enigmático más le valdría no haber nacido… (Mt 26-24). Es muy duro con los dirigentes del pueblo, los llama basura condenada a la quema del basural, la gehena… El texto más duro se refiere al juicio de las naciones que hará el hijo del hombre (cfr Mt 25): Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones…
El hijo del hombre juzgará a todas las naciones, es decir a todos los no judíos, a todos los paganos, los adoradores de ídolos…. No juzgara por la observancia de la ley y la pureza del culto: y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. A estos les dirá: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. (Mt 25, 31ss). Son malditos lo que no trataron a los pobres, a los desnudos, a los presos, a los enfermos, lo ínfimo en la escala humana, son benditos lo que fueron solidarios con el hijo del hombre sacramentado en los más desposeídos de bienes, de salud, de dignidad. Es la única vez que Jesús habla de fuego eterno en un ultramundo diabólico.
No hay ninguna penitencia, solo fiesta, para el hijo que vuelve arrepentido después de haber caído en la última de las depravaciones (Iéanse las tres parábolas de la misericordia de Lc 15). Es el mismo padre que provee de todo lo necesario para participar en el banquete del Reino, comida, vestidos, alhajas…
Jesús amigo de publicanos, pecadores, prostitutas, hace Jesús lo que aprendió de la conducta de su Padre Dios. Los desafío a releer y volver a leer el evangelio para ver si encuentran alguna cita que sustente el teologúmeno del purgatorio.
La disciplina penitencial
Durante los siglos II y III la Iglesia crece, se expande numérica y geográficamente y contemporáneamente se nota una disminución en la santidad de sus miembros.
Hermas es el primero que afronta el tema de la conducta hacia los cristianos pecadores. Dice que es posible el arrepentimiento y la penitencia. Anuncia, por lo tanto, la segunda penitencia de la que excluye a los apóstatas y blasfemos contra el Señor y los traidores de los siervos de Dios. Precisa que esta oportunidad de una segunda penitencia después del bautismo es una sola, y que no debe tomarse pretexto en esta ulterior posibilidad de tomar a la ligera el pecado.
Paulatinamente se introduce la cuestión sobre la posibilidad o no de la reconciliación de ciertos pecados, y en particular los citados por la famosa tríada montanista: idolatría, homicidio y adulterio. La controversia fue muy áspera y grave.
El mismo Jesús afirma que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Luego prosigue con una afirmación sobre la que los Padres y los exégetas no se ponen de acuerdo: el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca. Será reo de pecado eterno. (Mc 3,28-29)
Si un hermano pecador hace caso a la iglesia se lo debe considerar como al gentil y al publicano. (Mt. 18, 15-17). Pablo pide a los Corintios que no se juntaran con uno que se llama cristiano y es libertino, codicioso, idólatra, difamador, borracho o estafador: con uno así ni sentarse en la misma mesa. Echen del grupo de ustedes a los malvados (1 Cor. 5, 9-13)
La 1ª de Juan, la epístola de Dios Amor afirma que orar por el hermano pecador, pero hay un pecado que acarrea la muerte; no me refiero a éste cuando digo que rece (1 Jn. 5,16-17).
Los pecados leves o también llamados cotidianos, se perdonaban mediante la oración personal y comunitaria, el ayuno, las limosnas, las obras buenas, o por otras obras de piedad.
La praxis penitencial se reservaba para los pecados mortales, también llamados delitos, crímenes, pecados capitales, pecados mayores mortales, más graves... Cometidos después del bautismo eran un mal serio, profundo, que penetraba toda la persona y que por esto exigía un esfuerzo doloroso y prolongado de conversión. De la seriedad de este esfuerzo y de la sinceridad de la conversión debía ser testigo y garante toda la comunidad.
Si la oración colectiva de la comunidad era insustituible para los propios miembros caídos en pecado y sujetos a penitencia, más apreciada era aún la oración de quien había derramado su propia sangre y había sufrido por ser cristiano.
Siguiendo el ejemplo de Esteban que oró por sus propios perseguidores, los mártires oraron también por los hermanos en la fe caídos en pecado intercediendo para que tuvieran la posibilidad de volver a entrar en la comunidad.
Desde los primeros decenios del siglo III, la oración y la intercesión de los mártires es usada por los penitentes para abreviar el tiempo de su permanencia en el grupo de los penitentes. Por la intercesión de un mártir de la comunidad el obispo concedía al penitente indulgencia, es decir le perdonaba toda o parte de su permanencia en el orden de los penitentes.
Todo se puede arreglar con el precio justo
Poco a poco se va adueñando de las iglesias del imperio romano un criterio de valoración jurídica del pecado que pasa a ser transgresión de una ley más que como herida a la comunidad.
En el siglo IV la paz constantiniana y la proclamación del cristianismo como religión de estado pone en crisis la práctica penitencial dado que los convertidos afluyen en masa a integrarse a la iglesia movidos por motivos políticos y económicos y sin pasar el catecumenado.
Europa es invadida y dominada por los bárbaros que imponen sus propias concepciones en materia legal y de resarcimiento de los daños. Siempre es posible establecer una suma de dinero a modo de arreglo entre las partes y poniendo con esto fin al pleito que hay entre ofendido y ofensor. Para los germanos cada delito tiene su precio.
Aparecen entonces los llamados Penitenciales, que son catálogos de los pecados en todas sus posibles concretizaciones, incluso las más insólitas o extrañas.
A cada pecado va aneja una penitencia determinada y concretizada, indicada en mortificaciones, limosnas, peregrinaciones, ayunos y oraciones; la duración de estas penitencias es proporcional a la valoración del pecado.
La penitencia deja de ser un hecho público: el pecador confiesa en privado, y el sacerdote aplica la pena prevista para aquel pecado por el Penitencial. El pecador es absuelto tantas veces como haya pecado con tal de que satisfaga las obras previstas en las penitencias que hoy nos resultan muy curiosas. A título de ejemplo:
Si un clérigo ha formulado el proyecto escandaloso de herir o de matar a su prójimo, ayunará durante seis meses a pan y agua y se abstendrá del vino y de la carne; luego será autorizado a volver al altar (para ofrecer la misa y comulgar)...
El ladrón ayunará durante un año (si es monje); el perjuro ayunará siete años (si es monje o clérigo); el homicida (laico) ayunará tres años a pan y agua, sin llevar armas y vivirá en el exilio. Después de estos tres años, volverá a su patria y se pondrá al servicio de los familiares de la víctima, en sustitución del que fue asesinado. Así podrá ser admitido a la comunión según el juicio del confesor... El laico que se emborracha o que come y bebe vino hasta el vómito, ayunará una semana a pan y agua.
Quien mata por odio o codicia a una persona laica: 4 años de penitencia... el soldado que mata en guerra: 40 días de ayuno... quien bebe vino hasta el vómito: ayunará 40 días si es presbítero o diácono; 30 días si es religioso; 12 días si es laico... el que trabaja en domingo, ayunará 7 días.
Las penitencias previstas por los pecados se iban acumulando hasta alcanzar un número tan elevado de años, que el pecador se encontraba en la imposibilidad práctica de cumplirlas. Por lo cual surgieron equivalencias o conmutaciones penitenciales. Algunos ejemplos:
Conmutación para un ayuno de 2 días: recitar 100 salmos, unas 100 genuflexiones, o bien 1.500 genuflexiones y 7 cánticos,.. Conmutación para un ayuno de un año: pasar tres días en una iglesia, sin beber, comer ni dormir, totalmente desnudo, sin sentarse; durante este tiempo el pecador cantará salmos con los cánticos y recitará el oficio coral. Durante esta oración hará 12 genuflexiones; todo esto después de haber confesado sus pecados delante del sacerdote y delante del pueblo... otra conmutación para un ayuno de un año: hacer 12 ayunos de tres días seguidos cada uno ... o bien, ayunar 100 días a pan y agua con el rezo de la horas.
Luego apareció otra forma de conmutación o equivalencia penitencial, ligada a sucedáneos bajo forma de multas, de celebración de misas, etc. Por ejemplo: 1 unidad monetaria rescata 1 día de ayuno; el precio corriente de un esclavo (hombre o mujer) rescata 1 año de ayuno; 26 monedas de oro rescatan 1 año de ayuno; 1 misa rescata 7 días de ayuno; 30 misas rescatan 1 año de ayuno...
Esta introducción del dinero hace crisis con los reformados del siglo XVI. Un refrán alemán cantaba que cuando la moneda en la caja klingt (suena), el alma al cielo bringt (salta).
Para una valoración en términos económicos téngase presente: 100 monedas de oro dan derecho a 120 misas: 1 moneda de oro da derecho a 2 misas; 1 libra de oro da derecho a 12 misas...
El Penitencial de Vienne dice que: por su cuenta el sacerdote podrá celebrar solamente (sic) 7 misas al día; pero, si lo piden los penitentes, podrá decir cuántas sean necesarias, incluso más de 20 misas al día (sic). San Francisco prescribe en la Carta a la Orden: Amonesto por eso y exhorto en el Señor, que, en los lugares en que habitan los hermanos, se celebre sólo una misa cada día según la forma de la santa Iglesia. Y si hay en el lugar más sacerdotes, conténtese cada uno, por el amor de la caridad, con oír la celebración de otro sacerdote.
En este contexto nacen mal las indulgencias que se rigieron de hecho éstas se rigen por un cálculo matemático de penas y satisfacción.
La indulgencia se puede obtener por un acto piadoso (por ej. el canto de la Salve Regina, el rezo del Angelus visitar una iglesia o un altar, venerar las imágenes o reliquias de santos, etc.), o por una limosna en metálico para construir o restaurar iglesias, leproserías, escuelas, puentes, caminos y hacer obras de saneamiento. Manda la primera regla franciscana (Cap VIII)
los hermanos de ningún modo reciban ni hagan recibir, ni pidan ni hagan pedir, pecunia como limosna, ni dinero para algunas casas o lugares; ni acompañen a quien busca pecunia o dinero para tales lugares; pero los hermanos se pueden realizar, en favor de esos lugares, otros servicios que no sean contrarios a nuestra vida.
Cuando los papas lanzan las cruzadas aseguraba, la entrada gloriosa en la Jerusalén celeste a los que tomasen las armas para conquistar la Jerusalén terrestre. A esta gracia papal se llamó indulgencia plenaria, que suponía el estado actual de gracia, es decir, la confesión sacramental previa. Esta concesión pontificia otorgaba pleno perdón de todos los pecados y de las penas por ellos merecidas, y daba total garantía de salvación eterna, asegurando la retribución de los justos a todos los cruzados. Esta gracia la recibían los que mataban y morían en la empresa del crucificado, y se extendía a todos sus colaboradores y asesores. Recuérdese que se gana el cielo si antes se confiesa y comulga con el propósito de matar.
La entrada de paradigmas evolutivos
Tenemos que situar los teologúmenos de la escatología (reino de Dios, resurrección, cielo, infierno, purgatorio, juicio final….) dentro de los paradigmas de un cosmos en perenne evolución. Hoy es impensable una creación hecha de una vez para siempre (seis días, la mismas especies, los mismos planetas….)
El universo es el conjunto de todas las cosas existentes, es la comunión de todos los sujetos coexistentes. Estamos inmersos en un inmenso sistema de relaciones de todos con todos en todos los momentos y en todos los lugares, una red de interrelaciones, constituyendo la sinfonía universal. Cosmos y hombre constituyen sistemas abiertos, llenos de virtualidades que pueden realizarse y que están realizándose, antes y después de nuestra pequeña existencia terrena.
La ley suprema es la solidaridad entre todos los seres, somos todos interdependientes y necesitamos unos de los otros, todos habitamos el universo como un evento de comunión.
La realidad global - el todo-yo, el todo-tú, el todo-ello- es como una inmensa entidad en perenne alumbramiento-muerte, en constante crecimiento, progreso, elevación...Este sería el nuevo paradigma desde el cual se relee, se reinterpretan todas las realidades escatológicas.
Cristo da un nombre propio a la escatología cósmica: desde el principio Dios ha dispuesto a Cristo como principio, fin y subsistencia de todas las virtualidades y posibilidades de la evolución, hasta la madurez y plenitud del hombre en el cosmos en el Cristo total.
La vida terrena no termina en la muerte, la vida eterna no es un descanso inmóvil: es la sinergia, la capacidad de ser simbiótico, es decir, la capacidad de relacionarse con todos en vista del equilibrio dinámico que crea espacio para todos.
El propósito de la vida no reside en la pura y sencilla sobrevivencia, sino en la realización de las potencialidades presentes en el universo y que quieren expresarse.
En esta perspectiva se han de entender purgatorio, fin de los tiempos, resurrección futura… El cielo es puro dinamismo, como Dios y su Dynamis Santa.
Ideas finales
El purgatorio es proceso de purificación, de integración, de maduración, de crecimiento que se acelera en el momento de la muerte física. Nadie se enfrenta con el purgatorio solo, ni en la vida terrena ni en la muerte. Siempre estaremos acompañados y no solo por la fe y la oración de la Iglesia, sino por el cosmos en expansión.
No se trata de un problema que guarde relación únicamente con el alma y Dios, sino más bien de una realidad eclesial, social y cósmica. Esta es la gran intuición de la Iglesia al enseñar con firmeza la solidaridad de los vivos con los difuntos y el valor del sufragio que tienen nuestras acciones por ellos.
Se trata más bien del proceso radicalmente necesario de transformación del hombre, gracias al cual se hace capaz de Cristo, capaz de Dios y, en consecuencia, capaz de la unidad con toda la comunión de los santos y con la comunión con todos los seres del pasado, del presente y del futuro.
Mar del Plata, octubre 2011
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