quinta-feira, 29 de dezembro de 2011

LAS SEÑALES DE LOS TIEMPOS


Divague sobre la contemplación

Frey Jerónimo Bórmida

Señales y prodigios

Los fariseos y saduceos quieren poner a prueba a Jesús y le piden una señal del cielo, en clara alusión a las señales y prodigios que Dios hizo en la gesta de liberación de Egipto.

Para que Moisés tenga autoridad ante el Faraón, Dios hace señales y prodigios en el país de Egipto, cuando vuelvas a Egipto, harás delante de Faraón todos los prodigios que yo he puesto en tu mano (Ex 4, 21), pero las señales de Dios producen el efecto contrario porque Dios endurece su corazón, y no deja salir al pueblo (Ex 7, 1-5). Al final reconocerán todos que El Señor es Dios, cuando los saque de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios (Dt 26, 5-10).

A pesar de todas las señales que Dios hizo en su favor, el pueblo desprecia y desconfía del Señor, lo pone constantemente a prueba y no escucha su voz (Num 14, 11.20). Ningún otro pueblo ha oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, ningún otro pueblo fue buscado por el mismo Dios por medio de pruebas, señales, prodigios y guerra, con mano fuerte y tenso brazo.
Las señales que el Señor Dios hizo con su pueblo, a sus mismos ojos deben ser narradas por cada israelita a la próxima generación. El credo israelita es histórico, narra las gestas de Dios cómo el Señor los sacó de Egipto con mano fuerte, realizando ante sus propios ojos señales y prodigios grandes y terribles, contra Faraón y toda su casa (Dt 4, 33; 6, 20; 11, 1)

Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahveh Dios de nuestros padres, y Yahveh escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel (Dt 26, 5-10).

Este recuerdo es una constante en los profetas. Dios hizo los cielos y la tierra con su gran poder y tenso brazo y para él nada es extraordinario, es grande en designios y rico en recursos. El Señor que ha obrado señales y portentos en Egipto los sigue obrando hoy, y en Israel y en la humanidad entera. Al igual que los grandes héroes de la ciencia, del deporte y de la guerra, con sus proezas Dios se hizo un nombre en toda la tierra (Jer 32, 20, Bar 2, 11).

Jesús habla como quien tiene autoridad (Mt 7,29) habla en nombre propio. Moisés y los profetas hablan en nombre de Yahveh, los letrados de su tiempo solo citan e interpretan lo que otros dijeron en nombre de Dios.

Jesús se atribuye en la tierra poder de perdonar pecados (Mt 9,1), cosa que le corresponde sólo a Dios (Mc 2,7), afirma que él es señor del sábado (Mt 12,8). En el Templo hizo un látigo con cuerdas y echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas que habían convertido la Casa de su Padre en un mercado. (Jn 2, 12ss). Los dirigentes del pueblo le increpan frontalmente, ¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad? (Mt 21, 23-27).

Es en este contexto que le exigen una señal que demuestre que es enviado por el Señor-Dios, como Moisés. Pero, como el Faraón, los dirigentes solo endurecen su corazón, no aceptan a Jesús, Cuando cura dos ciegos y un mudo endemoniado dicen que por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios. (Mt 9, 33, 12; 12,24). Los dirigentes del pueblo no pueden ver las señales porque son ciegos (Jn 9, 41). Viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado. Como hizo con el Faraón Dios endurece el corazón de los dirigentes, no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane (Mt 13, 14-15; Jn 12, 37-43).

Las señales de los tiempos

Jesús responde a quien le exigen una señal que autentifique su misión,
Al atardecer dicen, Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego, y a la mañana,' Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío. ¡Conque saben discernir el aspecto del cielo y no pueden discernir las señales de los tiempos! ¡Generación malvada y adúltera! (Mt 16, 1).

Al final de la gran sequía que asoló a Israel Elías sube a la cumbre del monte Carmelo, donde se postró con el rostro entre las rodillas y le dijo a su sirviente que mirara para el mar. Este fue a mirar, y dijo, No veo nada. Elías ordenó, Vuelve hasta siete veces. A la séptima vez, el muchacho dijo, Veo una nube pequeña, como la palma de la mano, que sube del mar (1Re 18,42-44).

Los gestos son simples, las señales pequeñas, una nube tan pequeña, como la palma de la mano. Es suficiente para que el profeta entienda. El compañero al principio no ve nada, tiene que volver siete veces, es decir todas las veces que sea necesario. Este hecho es como el paradigma de la fe de Israel, un pueblo que camina con Dios en su historia. Los acontecimientos son el lugar teológico, el espacio sacramental para el encuentro del Pueblo con su Dios. La vida es palabra, es acontecimiento elocuente que revela. Porque el Señor camina en la vida de sus hijos, el pueblo puede oír la voz, contemplar la presencia en la nube.

En este contexto hay que entender los signos y las señales del AT.

Los profetas se preguntan si el pueblo será capaz de reconocer y comprender los signos, las señales de Dios, que muestran la profunda pasión que Él tiene por el pueblo, a pesar de que el pueblo no ve y no comprende. Vieron con sus propios ojos todo lo que el Señor hizo ante propios ojos en Egipto con Faraón, las grandes pruebas, aquellas señales, aquellos grandes prodigios. Pero hasta el día de hoy no les había dado el Señor corazón para entender, ojos para ver, ni oídos para oír (Dt 29, 1-3).

Lamentablemente, como siempre, pensábamos que los signos eran acontecimientos que se imponían con fuerza, haciendo irrupción en nuestras historias personales y comunitarias o sociales. Así creíamos que era también Dios, un Dios que se impone, que irrumpe en la realidad para que todos le reconozcan. Ciertamente el lenguaje de la historia, en aquel entonces, así como hoy, era y es muy elocuente, y sin embargo, no podíamos olvidar tan fácilmente que la divina presencia y el crecimiento del Reino que la acompaña, es algo muy sutil, no se reviste ni se identifica simplemente con lo extraordinario, más bien es algo que va brotando, es simplemente un brote. Así hablar de signos de los tiempos significa volver a aprender a descubrir el delicado estar y el ligero pasar de la Divina Presencia. El grano en la tierra; duerma el sembrador o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo (Mc 4, 27).

Si la Iglesia quiere acercarse a los verdaderos problemas del mundo actual habrá que partir de los hechos y problemas recibidos del mundo y de la historia, de los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (GS 1).

A veces, los signos no son los esperados; tenemos que aprender a obedecer a una lógica misteriosa del Dios que tiene proyectos totalmente alternativos a los nuestros e indica caminos que se elevan por encima de nuestros caminos (Is 55, 8-9). Esta espera se da entre la escucha de algo, aunque sea el sutil pasar de una brisa suave o voz de sutil silencio (1Re 19,12).

Una señal del cielo

Cuando fariseos y saduceos luego de ver las curaciones, las expulsiones de espíritus impuros, la multiplicación de los panes… le exigen a Jesús que les muestre una señal del cielo, que equivale a decir de una señal de Yahveh (Mt 16, 1-4).

Hay dos modos de entender cielo, cielos. Uno, el que domina en el Antiguo Testamento, corresponde a la cosmogonía semita. Según la imagen del mundo de la Biblia, Dios habita en un lugar altísimo, más allá de las aguas que están sobre los cielos, en el cielos de los cielos, donde tiene su corte de servidores (1Rey 22,19, Job 1,6; 2, 1). Dios está tanto en el cielo como en la tierra (1Rey 8,27).

El Cronista se pregunta si verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra… Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerlo, ¡cuánto menos un templo construido con manos humanas! (2Cron 6, 18). Dios no tiene necesidad de que los hombres le edifiquen un templo para vivir (2Cron 6,39). Dios amonesta a David cuando éste le quiere construir un templo, ¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite? Dios ha habitado en tiendas, acompañando el camino del pueblo, y nunca le había pedido a ninguno de los jueces de Israel a los que mandé que apacentaran a mi pueblo Israel que le edificaran una casa de cedro. (2Sam 7, 7ss).

En el Nuevo Testamento y en especial en San Mateo, la expresión tiene otro contenido. Cuando se dice los Cielos se está simplemente usando un circunloquio para no pronunciar el tetragrama divino, el nombre sagrado de Yahveh. En el tiempo de Jesús se usaba el nombre de Señor (Adonai en hebreo, Kirios en griego), por lo cual es tan importante para la teología paulina el saber si Cristo eran el Señor, es decir, idéntico a Yahveh. También, para no pronunciar el nombre divino, se decía simplemente el nombre, por lo cual a Jesús se le da el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús (Pablo pone Jesús en lugar de Yahveh) se doble toda rodilla, en el cielo y en la tierra. Véase el precioso himno cristológico de la carta a los Filipenses (Fil 2,9-11).

Todas las veces, pues, que encontramos Padre de los cielos, Reino de los Cielos, celestial.... tendríamos que estar leyendo Reino de Yahveh, Padre Yahveh... Así lo leen los otros evangelistas en los pasajes paralelos a los de Mateo. Cuando Mateo dice Reino de los cielos hay que leer Reino de Dios (ej. Mt 4,17, Mc 1,15). Ya en los umbrales del Nuevo Testamento el pueblo deja de pronunciar el nombre de Yahveh. En la traducción griega llamada de los LXX cuando se lee en hebreo quien blasfeme el nombre de Dios morirá traducen quien pronuncie el nombre de Dios morirá. Este peligro es tan grave que los judío que le agregaron vocales al texto hebreo tradicional cuando llegan al nombre de Yahveh le confunden las vocales, para que nadie lo llegue a pronunciar por descuido.

Jesús realiza señales de Yahveh

En Caná de Galilea Jesús dio comienzo a sus señales dio, así manifestó su gloria, y provocó la fe en sus discípulos (Jn 2 11). El fariseo Nicodemo, magistrado le dice, Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él. (Jn 3, 1). Jesús cura al hijo moribundo del funcionario real, pero le dice que si no ven señales y prodigios, no creen (Jn 3, 48). Mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos (Jn 6,1), aunque la gente lo busca más por haberse saciado con el pan multiplicado que por haber visto señales (Jn 6, 26).

Los discípulos serán acompañados por señales, en su nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16, 15-20). El sumario de los Hechos constata que los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales (Hech 2, 43), así como el maestro y Señor fue acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales (Hech 2, 22). Pablo advierte que la cruz de Cristo, escándalo y necedad, es la gran señal, la verdadera fuerza de Dios. (1Cor 1, 22).

La Bestia realiza grandes señales, y seduce a los habitantes de la tierra, y sus falsos profetas seducen a los que aceptan la marca de la Bestia y a los que adoraban su imagen (Ap. 13, 10-12; Ap. 19, 20). Los magos de Egipto hicieron con sus encantamientos los mismos prodigios de Moisés, y el corazón de Faraón se endureció (Ex 7, 22).

Los seres humanos confían más en la consulta a nigromantes y a adivinos (Is 8, 19), que al trabajo escudriñar el obrar desconcertante de Dios en la historia. Por más que Yahveh, el gohel, el que nos formó desde el seno, hace que fallen las señales de los magos y que deliren los adivinos; hace retroceder a los sabios y convierte su ciencia en necedad (Is 44, 24-25).

No hay que creer si alguien dice que el Cristo está aquí o allí. Falsos cristos y falsos profetas, harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. (Mt 24, 23-24; Mc 13, 21).

Las señales de los tiempos son signos de Dios

Estamos ante uno de los axiomas fundantes de la cosmovisión bíblica, todo lo que sucede, la creación y su devenir, proviene de Dios; y a él nada le es imposible. Cuando hablamos de signos divinos no nos referimos a sucesos sobre-naturales o in-naturales, antinaturales, contranatura-les, por lo natural es la intervención constante y continua de Dios en la Historia. Podríamos a veces hablar de Signos extraordinarios, pero lo habitual de Dios en su actuar salirse de lo común.

Cuando Moisés le pregunta a Dios por su nombre recibo como respuesta, Yo soy el que yo soy. …, Yo soy me ha enviado a vosotros. (Ex 3,14). El verbo ser en hebreo tiene más parentesco con nuestra estar que con el ser de los griegos. O bien la expresión divina se traduce literalmente yo soy el que yo soy, es decir, yo soy mi propia explicación, o bien yo estoy como yo estoy, estuve como estuve, estaré como estaré. En ese caso Dios es revelado como el Dios de la Historia, el Dios que estuvo con los Padres del Pueblo, que está ahora con el pueblo de Moisés, y el que estará siempre con el pueblo del futuro.

Jacob lucha con Dios y sintiéndose poderoso le preguntó, Dime por favor tu nombre. Yahveh ni siquiera se molesta en responder e interroga a su vez, ¿Para qué preguntas por mi nombre? (Gen. 32, 25-31).También preguntan por el nombre de Dios los padres de Sansón. El Angel de Yahveh, Yahveh mismo, les responde, ¿Por qué me preguntas el nombre, si es maravilloso? (Juec. 13. 16-22).

De hecho Yahveh le responde a Moisés con una especie de criptograma. Le asegura así hoy está con él, estará también en el futuro, con el cómo estuvo en el pasado con los padres contigo.

Dios es el Yo estoy. Es el Dios de los padres, el Dios de vivos, no de muertos, el dios de la historia de hoy y de siempre (Mt 22,32; Mc 12,27; Lc 20,38).

La respuesta divina puede ser entendida de dos modos.
Uno, negativo. Dios es el-lo que él es y no tiene porqué dar explicaciones a nadie. Nótese que en hebreo se repite idéntico sujeto y predicado de la frase. Yo soy lo que yo soy, yo soy como yo soy. La declaración es un enigma sin respuesta.

Otro, existencial. El verbo hebreo indica más al estar que al ser (Los LXX traducen Yo soy el ser). Y el tiempo verbal apunta a un presente no acabado. Habría que traducir la expresión como un Yo estoy ahora como estuve con los Padres y como estaré siempre con el pueblo. El nombre de Dios se lo conoce por su actuar en la historia.

Por eso mi pueblo conocerá mi nombre en aquel día y comprenderá que yo soy el que decía, Aquí estoy. (Is 52,6).

Voy a evocar las obras del Señor, lo que tengo visto contaré. Por las palabras del Señor fueron hechas sus obras, y la creación está sometida a su voluntad. El sol mira a todo iluminándolo, de la gloria del Señor está llena su obra.

No son capaces los Santos del Señor de contar todas sus maravillas, que firmemente estableció el Señor omnipotente, para que en su gloria el universo subsistiera. El sondea el abismo y el corazón humano, y sus secretos cálculos penetra. Pues el Altísimo todo saber conoce, y fija sus ojos en las señales de los tiempos.

Anuncia lo pasado y lo futuro, y descubre las huellas de las cosas secretas. No se le escapa ningún pensamiento, ni una palabra se le oculta. Las grandezas de su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la eternidad y por la eternidad; nada le ha sido añadido ni quitado, y de ningún consejero necesita.

¡Qué amables son todas sus obras!, como una centella hay que contemplarlas.
Todo esto vive y permanece eternamente, para cualquier menester todo obedece. Todas las cosas de dos en dos, una frente a otra, y nada ha hecho deficiente. Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ¿quién se hartará de contemplar su gloria? (Sir 42, 15-25).

Sumergidos en una cultura dominada por un antropocentrismo cultural, político, científico, económico y religioso estamos a punto de perecer como hombres y como planeta. El hombre occidental se cree centro del universo, razón y sentido de la evolución y se arroga el ser dueño absoluto de la verdad y el poder determinar autónomamente el ser y el destino de las cosas.

También la reflexión teológica occidental está impregnada –yo diría viciada- de antropocentris-mo. La cristología se ha convertido en pura soteriología y Cristo –como la iglesia, los sacramen-tos, y todo lo demás en la iglesia parece tener sentido solamente en cuanto capaz de liberar al hombre de los actos del hombre. Actos del hombre que, por añadidura, están radical e inexorablemente infectados por la pandemia del pecado.

Lamentablemente la teología antropocéntrica y hamartiocéntrica occidental entiende y predica a Cristo a partir del hombre y en función del pecado del hombre y no a partir del proyecto de Dios revelado por Cristo. Para la revelación cristiana es Dios quien está en el centro y la misión y el sentido de Jesús es llevar a cumplimiento el misterio de Dios, el plan oculto desde los siglos eternos en Dios, manifestado por la totalidad de su vida.

No niego la peculiaridad de la especie humana en el planeta tierra y puedo aceptar que tiene títulos suficientes para pretenderse superior a sus congéneres terráqueos, pero en cuanto humano no es el ombligo del mundo.

Dicho de otro modo, el hombre existe porque así lo ha proyectado Dios, ni la existencia del hombre ni los actos humanos generan el proyecto de Dios. O también, es la evolución que da lugar al hombre y no el hombre la causa de la evolución.

Los signos de los tiempos no son primariamente obras de los hombres sino obras, señales y prodigios de Dios en la historia.

Solamente des-centrando al hombre de sí mismo, ubicándolo en el proyecto grande de un universo que no fue hecho por él ni que está en sus manos, podremos tener esperanza de salvación para un planeta cada más saqueado por la soberbia de un hombre que se cree monarca y no hijo-hermano.

Solamente si la Iglesia se des-centra de la iglesia logrará hacerse creíble y útil al hombre de hoy. Cuando los cristianos entendamos que hay que apostar más por Dios que por el Reino de Dios, que hay que poner la confianza más en Dios que en sus promesas, comenzaremos a ser capaces de anunciar una paz verdadera y estable entre los hombres y los pueblos.

Cuando el hombre deje de luchar por perfeccionarse y pase a buscar la armonía con la creación entera desaparecerán las neurosis, las depresiones. El hombre dejará de violentarse y maltratar su entorno. La salvación se encuentra en la contemplación de los signos de Dios en la historia de los hombres.

Paciencia histórica

Jesús dio comienzo a sus señales y manifestó su gloria, multiplicando el agua en vino en una cena de bodas de unos amigos (Jn 2, 3.4.11). No comenzó –no terminó- derrocando a los romanos y estableciendo un orden social nuevo.

Jesús promete a sus discípulos señales más portentosas de las que él mismo ha realizado (Mc 16, 17), pero alerta sobre las señales engañosas, No hay que creer en los falsos mesianismos ni en los que anuncias la cercanía del fin de la historia. Lamentablemente las guerras y las revoluciones son cosas con las que hay que aprender a convivir. Terremotos, peste, hambre, cosas espantosas, y grandes señales del cielo no son señales de la catástrofe final sino de la inminencia de la liberación (Lc 21, 8-11).

Las acciones de Jesús –obras, señales del mismo Padre Dios- no provocan la conversión sino el odio y la persecución de los dirigentes del pueblo (Jn 10, 31-38). Los fariseos son capaces de reconocer los signos de Dios en la historia porque no respeta la ley escrita (Jn 9, todo el episodio del ciego de nacimiento). Dios mismo había cegado sus ojos (Jn 12, 37ss; Cf Ex 7, 1 Ex 10, 1).

Dios mismo no puede explicarse cómo el pueblo no acredita en las innumerables señales que ha hecho con sus hijos. Recordemos que esta incapacidad de comprender las señales de Dios hace imposible la entrada en la tierra prometida (Num 14, 11.20).

La fe de Israel es histórica, no cree en conceptos, sino en hechos, se fundamenta en las señales y prodigios que Dios ha obrado en el decurso de los siglos (Dt 11, 1; Dt 26, 5; Dt 29, 1).

Explorar este tiempo

El discernir las señales de los tiempos se convierte en el evangelio en un explorar este tiempo. Padre Dios ha de descubierto en las cosas mínimas de la vida y por eso el discípulo de Jesús no debe andar preocupado por la vida, por el cuerpo, por el vestido, le basta mirar los signos de los tiempos, los cuervos, ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta; los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos… El discípulo tiene que estar atento a las señales de este tiempo , preparados con las lámparas encendidas, como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran…. en el momento que menos pensemos, vendrá el Hijo del hombre (Medellín Mensaje).

Este contexto de espera confiante, de exploración de este tiempo, que es obra del Padre amante, hace que cuando el discípulo de Jesús vea aparecer señales en todos los niveles, en el sol, en la luna y en las estrellas. Cuando en la tierra la gente se mueran de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo… entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Lo que es causa de terror para el no discípulo, para el creyente es la autora de un mundo nuevo, Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación. (Lc 21, 25-28).

El mundo está en fuerte crisis de crecimiento, por una parte amplía extraordinariamente su poder, por otra la realidad se le escapa de las manos. Conoce cada vez más el espíritu y la materia y cada día se encuentra más desconcertado. Junto a los progresos persisten tensiones políticas, sociales, económicas, raciales, religiosas e ideológicas, guerras de todo tipo y si aumenta la comunicación crece el diálogo de sordos y la mentira de los medios de comunicación masivos. Los espíritus parece que mejoran al mismo ritmo que la ciencia y la técnica.

Sea como fuera, entre sol y nubes, el creyente, movido por la fe, sabiendo que el Espíritu del Señor, llena el universo y conduce la historia, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos de los hombres los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios (GS 11). El creyente, por la fe, junto a hechos deplorables que denuncia, saluda con alegría los venturosos signos de este tiempo (DH n°15), entre los cuales el movimiento ecuménico (UR n°4).

Para la iglesia de América Latina se siente en una nueva era histórica, que le exige claridad para ver, lucidez para diagnosticar y solidaridad para actuar. Esto no se consigue sin descubrir el plan de Dios en los signos de nuestros tiempos. Las aspiraciones y clamores de América Latina son signos que revelan la orientación del plan divino operante en el amor redentor de Cristo que funda estas aspiraciones en la conciencia de una solidaridad fraternal (Medellín, Mensaje). La evangelización debe estar en relación con los signos de los tiempos. No puede ser atemporal ni ahistórica. En efecto, los signos de los tiempos, que en nuestro continente se expresan sobre todo en el orden social, constituyen un lugar teológico e interpelaciones de Dios (Medellín Pastoral de la élites 13).

Para un iglesia joven un continente con muchos jóvenes, los creyente deben auscultar atentamente las actitudes de los jóvenes que son manifestación dé los signos de los tiempos (Medellín Juventud 13).

La fe impulsa a discernir las interpelaciones de Dios en los signos de los tiempos. El Espíritu del Señor impulsa al Pueblo de Dios en la historia a discernir los signos de los tiempos y a descubrir en los más profundos anhelos y problemas de los seres humanos, el plan de Dios sobre la vocación del hombre en la construcción de la Sociedad, para hacerla más humana, justa y fraterna (DP. 15; DP. 420; DP. 1128).

3) La obra de Dios, lo cotidiano y lo extraordinario, lo pequeño, no lo grande, lo micro no lo macro

Lucas alertaba sobre las señales ínfimas que tenemos que contemplar y entender para estar preparados., los cuervos, ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta; los lirios, cómo ni hilan ni tejen… El discípulo tiene que estar atento a las señales ínfimas de este tiempo.

San Buenaventura en su Itinerario de la mente a Dios, es un maestro en hablar de este escrutar las señales del obrar de Dios que empieza en las criaturas y lleva hasta Dios. Aclara que en este itinerario nadie entra rectamente sino por el Crucificado, casi como el antisigno del obrar de Dios. Hay que aprender a ser contemplativos de la historia.

Para ello es necesario estar quemándonos por los deseos de Dios. Los deseos se inflaman de por la oración en la contemplación de los espejamientos de Dios en la creación.

Para poder discernir los signos de Dios en la historia no basta la lección sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la circunspección sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada. El discernimiento de los signos de los tiempos es propio de los místicos, no de los científicos.

Los lentes con los cuales miramos los signos de Dios tienen que estar tersos y pulidos.

El contemplar los signos de Dios en los tiempos, no puede ser superficial, exige tiempo largo y tranquilo, tiene que ser un rumiar despaciosamente los hechos de Dios.

Todo el conjunto de las criaturas es escala para subir a Dios, todas las cosas son vestigios donde podemos investigar a nuestro Dios, y el hombre fue creado hábil para la quietud de la contempla-ción de los signos de Dios en la creación. Es tan fuerte, tan claro el hablar de Dios que, dice Buenaventura,

El que con tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra, está ciego, el que con tantos clamores no se despierta, está sordo; el que por todos estos efectos no alaba a Dios, ése está mudo; el que con tantos indicios no advierte el primer Principio, ese tal es necio.
Cuando el hombre es incapaz de ver los signos de Dios todo el mundo se levante contra él, todo el mundo peleará contra esos insensatos.

Francisco de Asís en uno de sus tantos raptos de locura decidió mandar mensajes a todos los clérigos y a todas las autoridades de los pueblos. Por las dudas recordemos que clérigos y gobernantes no eran mucho mejores que los nuestros. Y que los tiempos que tenían que escrutar no eran menos turbulentos, las guerras eran también sanguinarias, las pobrezas también mayúsculas, no andaban mejor ni la salud ni la ecuación ni el trabajo.

Sin embargo el entrega sendas cartas a los hermanos responsables de las fraternidades para que sean por ellos luego distribuidas. Y les recomienda tener atención a,
las nuevas señales del cielo y de la tierra, que son grandes y muy excelentes ante Dios y que por muchos religiosos y otros hombres son considerados insignificantes.
a los ojos de Dios hay algunas cosas muy altas y sublimes, que a veces son consideradas entre los hombres como viles y bajas; y hay otras que son estimadas y respetables entre los hombres, pero que por Dios son tenidas como vilísimas y despreciables.
Detectar las nuevas señales
Del cielo, nuevas religiosidades, novedades en la iglesia, nuevos rostros de Dios…pensar en cosas pequeñas, viles, insignificantes, bajas, despreciables… cosas que no interesan a los medios…
De la tierra, nuevas solidaridades, nuevas conciencias, movimientos populares… pensar en cosas pequeñas, viles, insignificantes, bajas, despreciables… cosas que no interesan a los medios…

Concluyendo, ser contemplativos es:

En primer lugar estar atento a los signos de los tiempos es saber contemplar lo positivo, lo nuevo que el Espíritu de Dios está haciendo nacer a nuestro alrededor y hasta los confines del universo.

En segundo lugar hay que comenzar a buscar en lo pequeño, en los vestigios, en los espejos de todo lo creado, con paciencia, con unción, con perseverancia…

Por último, hay que amar apasionadamente a ese Dios que camina con nosotros en nuestra historia y con nuestros pasos.

Como jadea la cierva, tras las corrientes de agua, así jadea mi alma, en pos de ti, mi Dios. Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios? (Salm 42, 2-3).
Mar del Plata, diciembre 2011

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